Para hacer que esa adaptación al “nuevo mundo” sea lo más agradable posible merece la pena echar la vista atrás: el bebé está rodeado del cálido líquido amniótico, es transportado y mecido por su madre. Todos los sonidos le llegan amortiguados. El contacto físico con el exterior, que va percibiendo sobre todo por la creciente falta de espacio en el cuerpo materno durante las últimas semanas antes del parto, le produce únicamente una suave sensación debido al efecto amortiguador del líquido amniótico y a la protección de la pared abdominal. Su piel, protegida por el vérnix caseoso, nunca entra en contacto directo con nada. No siente hambre ni frío, no percibe ningún olor y experimenta el cuerpo materno como una agradable estrechez. Siempre que se mueve tropieza con un límite. Luego, cuando el niño nace, experimenta una vastedad infinita, siente frío y escucha sonidos fuertes, conoce la sensación de hambre y comprueba que el mundo también huele.
Su intestino empieza a trabajar, las personas lo cogen y le ponen ropa. Esto es algo completamente natural para nosotros los adultos pero para el niño todo es nuevo y aún debe acostumbrarse. Y eso puede durar muchas semanas o incluso meses. Para ayudar al bebé en su llegada al mundo los padres pueden hacer que ciertas cosas sigan siendo igual que dentro del cuerpo de la madre: pueden proporcionarle calidez, mucha cercanía en contacto con pocas personas que le resulten familiares y una agradable estrechez que se consigue, por ejemplo, envolviendo completamente al niño en un paño levemente ceñido y aplicando productos de cuidado corporal que protejan suavemente su sensible piel.