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Cómo la vida cotidiana determina la infancia

El valor de las cosas pequeñas

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Queremos ofrecer amor, cercanía y confianza a nuestros hijos. Queremos darles seguridad para recorrer el camino de la vida y transmitirles la buena sensación de crecer protegidos. Pero en la familia también hay días llenos de trajín, estrés o dudas. Precisamente en esos momentos es bueno acordarse de lo que es realmente importante.

Los rituales generan confianza

Los rituales no sólo son prácticos para los niños sino también para los adultos: nos permiten movernos dentro de un marco estable cuando se nos presenta una jornada más complicada de lo habitual Proporcionan estructura y unas coordenadas con las que orientarnos. Muchos niños disfrutan cuando las actividades se llevan a cabo siempre de la misma forma y las situaciones son previsibles. Por la noche se cena, se lavan los dientes, hay un cuento de buenas noches o un ratito de mimos. Esas secuencias invariables permiten al niño ir adaptándose a lo que viene a continuación.

El valor de las cosas pequeñas

Las cosas pequeñas suelen ser más valiosas para los niños que los grandes gestos. Tomarse tiempo para observar un caracol o una ardilla que salta de árbol en árbol. Cocinar juntos un pastel dejándoles participar activamente. A veces a los niños también les gusta que simplemente nos sentemos junto a ellos y miremos cómo juegan, sin hacer nada más, regalándoles nuestra pura presencia. Esos momentos de la vida cotidiana son los que generan la sensación de calidez y la magia de la infancia. Esas pequeñas cosas cotidianas y atentas son las que debemos tener en cuenta.

"Una infancia feliz es fruto de las vivencias cotidianas. Son sobre todo las cosas pequeñas y no los grandes gestos las que generan sensación de seguridad y confianza plenas."

El lenguaje crea vínculo

Además de las actividades diarias, el lenguaje cotidiano también es un elemento esencial en la infancia. Hablar de forma apreciativa con el niño significa escuchar y dejar que diga todo lo que tenga que decir, interesarse y preguntar por lo que nos cuenta. Eso también exige que nosotros, los adultos, prestemos atención a las palabras que empleamos frente al pequeño y a la forma en que nos comunicamos con él. ¿Decimos “por favor” y “gracias” de manera ejemplar y nos disculpamos cuando hemos hecho algo mal? ¿Hablamos de manera apreciativa? Si queremos que nuestro hijo nos escuche y nos entienda realmente es importante ponernos a su altura y hablar de forma clara e inteligible. Una orden gritada desde el otro lado de la habitación no suele ser escuchada. Nuestro lenguaje configura la vida cotidiana. Por eso tenemos que prestar atención a las palabras que componen las frases que utilizamos en el día a día y también a las que pronunciamos durante las actividades rutinarias como vestir al niño, cambiarle los pañales u otras situaciones de cuidado corporal. Con nuestras palabras y nuestra dedicación podemos crear una cotidianidad familiar realmente empática.